Enrique Quintana.
La concentración de autoridad en una sola persona, al punto de someter a otros poderes y órganos autónomos, choca frontalmente con el diseño de democracia moderna, que se ha estado configurando en México en las últimas décadas.
No debe sorprendernos. El presidente López Obrador fue muy claro desde su campaña electoral al decir que deseaba “un cambio de régimen”.
Tal vez no entendimos bien que ese cambio implica el retornar al diseño de Estado que tuvimos por muchas décadas, sin órganos autónomos y sin poderes Legislativo y Judicial independientes.
Fueron las décadas en las que los presidentes provenientes del PRI tenían mayorías absolutas en las cámaras del Congreso; hacían y deshacían a su antojo en la Corte y no existían órganos autónomos.
Qué lejos estamos ahora de aquella frase de Vicente Fox: “el presidente propone y el Congreso dispone”.
Los episodios de las últimas horas nos hacen transformar el dicho: el presidente propone y… el Congreso obedece.
La premura, el desaseo y el desorden con el que se han estado aprobando diversas iniciativas esta semana hacen parecer como que no hubiera mañana, como si fuera la última oportunidad de Morena y sus aliados para aprobar leyes, a pesar de que, al término de este periodo ordinario, le quedan a la actual Legislatura 16 meses y dos periodos ordinarios de sesiones más.
¿Por qué la prisa entonces?
Obviamente, hay quienes la asocian a la salud del presidente López Obrador, por toda la ola de especulaciones que se ha desatado.
Creo que más allá de eso, la explicación está en los tiempos políticos que vienen.
Ya no hay intención de programar un periodo extraordinario por parte de Morena. Y para el mes de septiembre, cuando comience el siguiente periodo ordinario, el ambiente preelectoral tendrá muy elevada temperatura.
El 2 de septiembre, exactamente un día después del arranque del siguiente periodo ordinario, también comenzará formalmente el proceso electoral federal de 2024.
Pero más allá de eso, no es imposible que para esa fecha Morena ya haya seleccionado a su candidata o candidato a la Presidencia; o no es imposible que ya hayan dejado sus cargos los aspirantes; o tampoco lo es que, en el Congreso, más que una fracción morenista haya grupos alineados con una u otros.
No es imposible que numerosos legisladores, algunos ansiosos de reelegirse, otros de saltar de cargo, ya estén pensando en 2024 más que en 2023.
Todo ese cuadro hará mucho más difícil procesar reformas, y por eso el ansia de sacarlas adelante, saltándose protocolos y reglas.
El reto será ahora para el Senado.
Ricardo Monreal, quien encabeza la Junta de Coordinación Política, señaló que el Senado, como cámara revisora, “debe hacerlo (revisar) con responsabilidad, pensando en el beneficio de la población y del país”.
Veremos cuál es el margen de maniobra y negociación que finalmente tuvo o en qué medida, César Cravioto, quien ha actuado como cabeza efectiva de la mayoría morenista en el Senado, opera o ya operó para sacar adelante, en fast track, todo lo enviado por los diputados.
El cambio de régimen que el presidente ya no pudo hacer es el sometimiento de la Corte.
Por ello, todavía es factible que algunas de las reformas aprobadas puedan ser invalidadas por el máximo tribunal del país, ejerciendo su función de Tribunal Constitucional.
No es gratuito que López Obrador haya señalado que la reforma judicial, que ya no pudo hacer, le quedará al siguiente gobierno, suponiendo que será de Morena.
Lo ocurrido en estos días pone de relieve algo de lo que se habla poco: la importancia de contar con un Poder Legislativo que actúe como contrapeso del poder presidencial.
La oposición tiene el desafío, al margen de lo que suceda con la elección presidencial, de obtener el número de asientos que permita al Congreso convertirse de nuevo en contrapeso.
Esa será la vía más importante para reencauzar la construcción de la democracia moderna que se ha interrumpido a lo largo de esta administración.
El Financiero.