Entre el 18 y 20 de mayo del año en curso, se celebró la Tercera Conferencia Mundial de Educación Superior convocada por la Unesco en Barcelona, España. Asistieron un par de miles de interesados y varios miles más de manera virtual. La Unesco presentó un documento con una hoja de ruta para la enseñanza superior de cara al 2030, que acompaña y busca apoyar los objetivos del desarrollo sostenible (ODS), para esa misma fecha, formulados por la ONU.
En este evento se pretendió dar una nuevo paso para que se produzcan sistemas de educación superior que sean más abiertos, flexibles, inclusivos, que promuevan la equidad social y la igualdad de oportunidades, que estimulen la cooperación y la colaboración , y sean capaces de responder a la complejidad y los retos de las sociedades de nuestro tiempo, en este Siglo XXI. Ni más ni menos.
Comienzo con una reflexión de hace algunos años. Se decía que la globalización había tenido efectos muy fuertes sobre los sistemas de educación superior, por el establecimiento de un mercado académico mundial y por acentuar una lógica de competencia seguida por los rankings internacionales, cuyas mediciones han favorecido a un selecto grupo de universidades, que siempre han ocupado los primeros lugares.
Hubo países en que los criterios de los ranking sirvieron de orientación a las políticas educativas para construir universidades como las de los países desarrollados. Cuando se aplica una visión de lo que pasa con la educación superior en el mundo, lo primero que salta a la vista, es que los sistemas educativos tienen diferencias notables, tal que las recomendaciones generales seguramente se acomodan a lo que son las realidades nacionales; es muy difícil suponer que en todos los países se va a seguir una hoja de ruta de la misma manera y, al mismo ritmo, porque hay naciones social y culturalmente más homogéneas que otras.
Pero si creo que, en todos los países, existe coincidencia con los principios que se proponen en el documento de la Unesco, cuya recepción tendrá que considerar que hay distintas capacidades nacionales e institucionales para responder a la complejidad y los retos que se vienen presentando por ahora y que seguramente afectaran las dinámicas políticas en los próximos años, hasta el 2030.
A mi me parece formidable que se convoque a construir sociedades apegadas a los ODS y que en esos términos se proponga un salto cualitativo para REINVENTAR la educación superior, cuando apenas vamos saliendo de la pandemia, con una guerra encima, que amenaza la paz mundial, con posibilidades de que se instaure una segunda guerra fría, una redefinición geopolítica de los grandes poderes e intereses, concentración de la riqueza, inflación, y otras maravillas que pueden indicar los economistas.
Estoy convencido de que se convoque, como lo ha hecho la Unesco, a un intercambio mundial de ideas sobre la educación superior, porque considero que las universidades públicas en nuestros países son instituciones indispensables para salir, ahora y después, de las crisis que se vayan a presentar, sí las propias universidades pueden plantearse su renovación académica, directiva y organizativa con plena autonomía.
Que, como dice la Unesco, sus cambios sirvan para que las instituciones se vuelvan más inclusivas, colaborativas, conectadas con otras universidades, con nuevas vías para el aprendizaje, una revisión pedagógica para los distintos tipos de oferta educativa. En fin, es positivo aceptar el llamado que hace la Unesco para establecer un nuevo contrato social para la educación.
Las instituciones de educación superior, y las universidades públicas en lo particular, tienen la encomienda de producir conocimiento original que haga avanzar la ciencia, pero sobre todo para generar resultados que auxilien a la sociedad para realizar políticas y acciones que sirvan para resolver sus problemas. Problemas que, por su complejidad, requieren de análisis multi, inter y transdisciplinarios, quiere decir ejercicios colectivos en los que intervengan científicos, científicos sociales y humanistas. Tal práctica resulta de acciones colaborativas entre académicos e instituciones y rompe con las desgastadas y ya inservibles formas de evaluación que se aplican para calificar el trabajo académico y el desempeño institucional.
Más allá de traducir la responsabilidad social de las instituciones universitarias en la formación de profesionales que sean ciudadanos globales y nacionales, interesados en la resolución de problemas, se requiere que las universidades avancen y se mantengan como espacios de debate racional, organizado, como impulsoras de la esfera pública y como productoras de conocimiento difundido a toda la sociedad; la difusión es el medio para relacionarse positivamente con el entorno, con los agentes y actores del cambio. A este punto se le tiene que dar más énfasis en el discurso y en la práctica política de la educación superior.
Para terminar, es importante reconocer los valores que ha impulsado la Unesco: inclusión, pluralidad, libertad académica, pensamiento crítico, divergente, innovador, cooperación en vez de competencia, honestidad, dignidad, tolerancia y solidaridad, contra toda forma de discriminación. Y para lograr mucho de lo expuesto se necesita buen financiamiento, suficiente y oportuno, gobernanza y legitimidad de las autoridades directivas.
Humberto Muñoz García