En esta silla nada más cabe uno

Francisco Chiquete

El affaire Culiacán trae efectos importantes para la capital del estado, pero además establece un estilo de gobierno dirigido a toda la entidad: en esta etapa de su carrera política, Rubén Rocha Moya da por terminado al conciliador a toda costa que fue durante el ejercicio de político universitario. Aquí sólo hay un mando.
Por supuesto no es el primero que lo hace: Jesús Aguilar Padilla se creó la parábola de la silla y Mario López Valdez se la apropio sin razonamiento. En esta silla sólo cabe una persona, dijo Aguilar. Y Malova simplemente ignoró a quienes declaró como sus mentores, o por lo menos a uno.
Pero Rocha fue más allá: dirimió los conflictos que ciertamente no inició él, y desechó una decisión que se había tomado por voto popular, al punto de exiliar al alcalde constitucional con licencia, bajo amenaza de encarcelamiento si las cosas siguen por la ruta diseñada como plan B para echarlo de su puesto.
Jesús Estrada Ferreiro está destruido, a pesar de que tiene vivos dos amparos en los que se le concede la suspensión de los hechos denunciados. En el primero se establecía que no podía ser desaforado en tanto la Corte no analice el caso a fondo, y no lo ha analizado, y en el segundo dio entrada a su solicitud de protección de la justicia federal ante el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación.
Pero aunque fallaran a su favor, la idea que permea en estos momentos es que dispuso de recursos públicos sin poder justificarlos, pues oficialmente fue ese el motivo de su cese, y no los muy nobles y sentidos alegatos de que maltrató a las viudas de policías o rechazó hacer descuentos en el consumo de agua potable a jubilados, adultos mayores y discapacitados, como se planteó al principio. Con esa imagen, y la que ya se había creado a sí mismo, es imposible que incluso ganando los amparos, pueda volver y ejercer con naturalidad el puesto perdido, pues además es un señor bilioso, broncudo y vengativo, es en síntesis, el abogado huizachero que siempre fue.
Recién pasada la elección federal del 2018, con Rocha como senador electo y Estrada como alcalde electo, se les vio desayunando juntos en Culiacán, y además en sitios muy públicos, como para que se supiera, Por supuesto, lo hicieron en magníficos términos, parecía que había plena identidad y absoluta simpatía. Pero es que estaban en esferas distintas. Apenas empezaron los contactos se dieron las broncas.
Estrada no aceptó que la primera legislatura local morenista congelara el impuesto predial porque eso le costaba mucho dinero al ayuntamiento y no beneficiaba mayormente a los pobres, pero llevó el asunto a un pleito personal y amargó la relación con el grupo cercano al entonces senador Rocha Moya. Ello influyó mucho para que éste en lo interno se pronunciara por Graciela Domínguez para la elección de candidata a la alcaldía culiche, mientras Estrada, al no ganar la postulación a gobernador, optó por la reelección. Ganó y se soltó de lenguaraz, ofendiendo, acusando, en una carrera sin fin.
Se ganó la animadversión de la clase política morenista y ésta le respondió con el desafuero.
Hasta ese momento entre la ciudadanía estaba escandalizada con los dichos del alcalde, pero parecía un exceso de folclor. Fuera de declaraciones torpes y decisiones absurdas que tenían que ver con la movilidad en la ciudad, amén del infame regateo a las viudas de los policías, no había mucho que afectara a las personas de la calle.
El antecedente más reciente de un desafuero fue el de Jorge Rodríguez Pasos en Mazatlán, y cuando ocurrió la ciudad estaba en un caos, sin servicios públicos, con la seguridad hecha un desastre y el alcalde repartiendo dinero de mano en mano, sin cumplir las más elementales normas de administración. Su salida fue tomada con gusto por la población que apenas nueve meses atrás había votado arrolladoramente por él.
Desde este punto de vista, lo que ocurrió en Culiacán fue un ajuste de cuentas internas.

GOBERNADORES ALCALDES

Culiacán se verá satisfactoriamente impactado con este cambio, pues por conveniencia, por tradición o por cariño, todos los gobernadores se asumen como alcaldes de la ciudad capital. Son ellos quienes visualizan las grandes obras o las impulsan y les consiguen financiamientos así como son ellos quienes padecen los reclamos de la población cuyas zonas de vivienda o de trabajo han sido abandonadas.
Como no hay gobernador que no esté pensando en las siguientes elecciones, también influye que en Culiacán se concentra prácticamente la tercera parte del padrón electoral y hay que cuidarlo, como se concentran también las grandes empresas que financian las campañas políticas sean del partido que sean, pero especialmente del que tiene más posibilidades de ganar.
Y finalmente está el afecto. Aunque no hay antecedentes cercanos de gobernadores oriundos de la capital, varios hicieron su carrera política ahí, y ahí anclaron sus afectos. Es el caso de Juan Sigfrido Millán, de El Rosario y Jesús Aguilar Padilla, de Cosalá. Un día Jesús Vizcarra fue declarado el mejor alcalde del estado, y un modesto colega suyo repeló: que a mí me hubiera dado el gobierno la quinta parte de lo que le dieron a él, a ver si no se la hubiera competido. Y fue un vizcarrista en serio.
La selección de Juan de Dios Gámez no causó grandes reacciones entre la población y ni siquiera entre los grupos de influencia, aunque la debió haber, y jubilosa.
Las esperanzas de Jesús Estrada Ferreiro estaban cifradas en que su cercanía con el presidente Andrés Manuel López Obrador, pero este no les ha soltado dinero ni a sus más queridos simpatizantes, de modo que por ahí no se veía cómo, y peleado con el gobernador, todavía menos. Ya se vio con la oposición rochista al proyecto del Metrobús.
Donde sí hubo una reacción de júbilo fue en el círculo cercano política y afectivamente al gobernador. Qué bueno que fue Juan de Dios, el hijo de un gran militante que hizo mucho por la causa; qué bueno que fue Juan de Dios, un morenista probado; qué bueno que fue Juan de Dios, un hombre leal al gobernador. Estos fueron comentarios frecuentes. Nadie habló ni de méritos ni de capacidades, que muy probablemente las tiene, y que ahora las deberá demostrar.

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